LA GRAN BELLEZA (o la vita non è cosí dolce *)



TÍTULO: La gran belleza. TÍTULO ORIGINAL: La grande bellezzaAÑO: 2013. NACIONALIDAD: Italia-Francia. DIRECCIÓN: Paolo Sorrentino. GUIÓN: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello. MÚSICA ORIGINAL: Lele Marchitelli. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Luca Bigazzi. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Carlo Buccirosso, Iaia Forte, Pamela Villoresi, Galatea Ranzi, Franco Graziosi, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio, Sonia Gessner, Anna Della Rosa, Luca Marinelli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Fanny Ardant. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.wandavision.com/site/sinopsis/la_gran_belleza.

Desde que Roberto Rossellini inventara el neorrealismo cinematográfico con Roma, città aperta (1945) el cine italiano ha sido un debate permanente (y sutil) sobre los modos y maneras en que hay que retratar la vida y la realidad o, mejor, qué modos y qué maneras son los idóneos para que el retrato sea fiel y auténtico. Aunque lo que hizo el movimiento liderado por, el ya citado, Rossellini, Vittorio de Sica, Luchino Visconti, Giuseppe De Santis, Alberto Lattuada o Pietro Germi, rodando en las calles de las ciudades y los pueblos, sin decorados artificiales y utilizando, en muchos casos, actores no profesionales, parecía ser lo más adecuado, pronto empezó a tenerse la sensación de que había algo que, a pesar del esfuerzo por hacer un retrato veraz de las circunstancias, se perdía en el camino. 


Roma, ciudad abierta


Por ello, el neorrealismo, en sentido estricto, fue un movimiento efímero, que sólo duró unos cinco años y que dejó paso pronto a propuestas más avanzadas. Desde el refinamiento estético de Visconti en Senso (1954) o El gatopardo (1963), pasando por la indagación metafísico-sociológica de Antonioni en La aventura (1960) o El eclipse (1962) hasta la introspección psicológica de Bertolucci en El último tango en París (1972) o histórica en Novecento (1976) son, en última instancia, alternativas que vienen a desmentir al neorrealismo y que buscan la veracidad por cauces claramente diferenciados. Sólo en cierto modo, Pier Paolo Pasolini en films como Accatone (1961) o Mamma Roma (1962) se mantuvo fiel a los postulados iniciales e, incluso, en las obras más alejadas de la temática realista (como El evangelio según San Mateo: http://cineartemagazine.blogspot.com.es/2012/04/rec-3-genesis-o-apologia-de-la.html) se mantuvo estrechamente ligado a los mismos. 


Fragmento de Senso

Fragmento de La aventura

Fragmento de Accatone

Fragmento de Novecento


Un caso peculiar es el de Fellini. Aunque su primer film, codirigido con Alberto Lattuada, Luces de variedad (1950) y en los posteriores, ya en solitario como El jeque blanco (1952), Los inútiles (1953), La Strada (1954), Il bidone (1955) o Las noches de Cabiria (1957), parece que continúa la tradición neorrealista, su obra es un progresivo alejamiento de ella, de modo que la presencia creciente del mundo del circo y de la farándula, de un barroquismo exuberante y de un lirismo muy personal llevan a obras originales e inclasificables como La dolce vita (1960), Ocho y medio (1963), Giulietta de los espíritus (1965), Roma (1972) o Amarcord (1973).


Fragmento de La dolce vita
  

La gran paradoja es que películas más poéticas que narrativas, más emocionales que realistas, puedan ser consideradas como expresión de quintaesencia de lo italiano, como, más o menos, se afirmaba en Nine (2009) de Rob Marshall:





Todo esto viene a cuento del último film de Paolo Sorrentino (que ha sido el gran triunfador en la reciente gala de los premios del cine europeo, en la que ha conseguido los galardones a mejor película, mejor director, mejor actor y mejor montaje)  que, mejor posiblemente que lo que podamos leer, ver y oír en los medios de comunicación, nos muestra la Italia en la que Berlusconi ha reinado, mandado y gobernado (y, de paso, en la que se ha divertido bastante, ¿por qué no decirlo?).






Después de una primera secuencia bastante extraña (y que no acabo de ver que conecte con claridad con el resto de la película), asistimos a una fiesta desbordante, enloquecida y, también, bastante hortera. A ritmo de mariachis y de canciones remezcladas de Raffaella Carrá, se nos aparecerá  en medio de una masa humana enfebrecida, presentándose él mismo, Jep Gambardella, uno de esos personajes que, muy de vez en cuando, nos da el cine y que, desde el primer momento, sabemos que serán eternos. Encarnado por Toni Servillo (quien ya trabajara con Sorrentino en Las consecuencias del amor -2004- y en Il Divo -2008- en el que interpretaba a Giulio Andreotti), su caracterización resulta tan sublime que logra dar vida y absoluta verosimilitud a un personaje cínico pero sentimental, egoísta pero comprensivo, triunfador pero angustiado por una profunda sensación de derrota, capaz de buscar lo mejor de cada persona pero también de triturar con su verbo fácil las hipocresías ajenas, sibarita y sensible pero (en el fondo) triste y desengañado. Gambardella viene a ser el estilete final que logra desmontar con su lengua viperina la tramoya de una sociedad sin rumbo que es pura cáscara y apariencia.

Con un magnífico guión que no prescinde de unas buenas dosis de humor ácido, la película alcanza momentos excepcionales como la escena en la que Gambardella desmonta los tópicos de una escritora “comprometida” o en otra en la que explica cómo hay que proceder en un funeral. Sin embargo, sabe incluir, con gran maestría, elementos líricos y dramáticos que sirven para poner el énfasis en su moraleja final: que, por debajo de tanta falsa sofisticación y tanta charlatanería barata, fluye lo que es real y auténtico, lo que no cabe ser reducido a categorías simplificadas porque allí se mezcla, en desconcertante combinación, lo carnal y lo espiritual, lo ridículo y lo excepcional. Todo ello está narrado por Sorrentino con un estilo cercano al de Fellini en La dolce vita, Ocho y medio, Giulietta de los espíritus o Roma. Porque, quizás, para entender Italia, hay que partir de que pesan sobre ella casi tres mil años de historia y que, hasta las más sórdidas historias, tienen como telón de fondo el Coliseo o el Castillo de Sant’Angelo. En un país así, hasta los mayores fracasos nunca pueden ser simples y siempre han de ser, a la fuerza, majestuosos.



Nota (de 1 a 10): 9,5.

Lo que más me gustó: La interpretación de Toni Servillo. Un espléndido guión. La facilidad con que la película toma el tono correcto a pesar de la dificultad del mismo.

Lo que menos me gustó: La primera secuencia no acaba de estar conectada con el resto del conjunto.


* La frase en italiano significa “la vida no es tan dulce” y remite, obviamente, al título de la película de Fellini.




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